viernes, 3 de octubre de 2008

Piedritas Blancas (relato)








Aurora estaba parada sobre su cama, sus pequeños pies hacían lo posible por que sus ojitos alcanzarán a ver por la ventana, cuando unas fuertes manos la tomaron por la cintura y la levantaron para que pudiera observar sin ningún problema, le encantaba sentir esa sensación de que acompañada de esas manos grandes y fuertes nada era imposible de alcanzar, que acurrucada en ese pecho podía sentir todo el amor y protección del mundo, pero en ese momento su curiosidad estaba girando alrededor de esa ventana, a través de ella vio un cielo gris, triste y sin luz, se pregunto a donde estaba el bello cielo color azul, con su cálido solecito?, parece que no era lo único que se había entristecido, las calle también estaba casi vacía, sin niños que jugaran, ni señoras en las puertas, solo unas cuantas personas que iba caminando a paso apresurado y alguno que otro coche, que era a lo que le temían? Por que todos corrían?, entonces un tremendo rugir en el cielo le dio la respuesta, Aurora se estremeció con miedo y sorpresa, cerró sus ojitos pensando que al abrirlos ya todo estaría bien, que esa cosa horrorosa que hacia semejante ruido se habría ido, entonces aquel hombre la abrazo con ternura, y Aurora, tubo el valor de abrir los ojos, vio por la ventana unos rayos de luz que le causaron pánico, pero no tuvo tiempo de reparar en ello, los cristales de la ventana comenzaron a ser golpeados por unas gotas de agua, una tras o otras, sin dar tiempo a que la ventana asimilara el golpeteo, y el cielo parecía hacerse mas gris, los rayos caían con mas frecuencia, pero Aurora ya no tuvo miedo, tenia esos brazos fuertes que la sostenían, y entonces algo mágico sucedió, esa gotas de agua que se convirtieron en piedritas de hielo, piedritas blancas que poco a poco dibujaron una nueva calle haciendo blanca, los coches estacionados también se pintaron de blanco en la parte de arriba, junto con los arboles, Aurora se maravillo de que las piedritas de hielo, la dejaran conocer otra calle, otro mundo, el tiempo fue algo subjetivo aquella transformación tan mágica tenida abosorbida su atención, que no se dio cuenta, cuando ya no caían las piedritas de hielo, pero las gotas de agua si.
Las manos la volvieron a depositar sobre su cama, pero Aurora regreso a la ventana de aquel cuarto color amarillo donde estaban la cama, un pequeño mueble con ropa y unos cuantos juguetes, la pequeña Aurora deseaba seguir viendo el espectáculo, pero aquellas manos comenzaron a despojarla de su vestido para colocarle un grueso traje color azul marino, una capa con gorro color rojo y sus botitas rojas, cuando terminaron de vestirla, los fuertes brazos la levantaron, la llevaron hacia la entrada de la casa, tomaron una sombrilla y salieron.
Aurora no lo podía creer la calle volvía a ser el bullicioso espacio donde niños y adultos jugaban con las piedritas blancas, ella sentía frio en su cara, un frio desconocido, como todo lo que sucedía a su alrededor, el cielo aun estaba gris pero ya no rugía como al principio y las gotas de agua se habían convertido ya en una tenue y fría brisa.
Las manos que la guiaban la detuvieron frente a una jardinera y entonces esas manos comenzaron a juntar esa piedritas blancas, Aurora comenzó a ayudarlo parecía divertido hacer eso y sí lo fue, aunque al tocar la piedritas sintió unos calambritos en sus manos seguido de un continuo hormigueo, le hizo gracia la sensación, pero con gran alegría vio que ese montón de piedritas tomaron forma, una bola, otra bolita y una mas, encimadas en fila, aquel hombre se incorporo, corto unas ramitas de un árbol que estaba junto a la jardinera y las inserto a los lados de las bolitas, Aurora estaba fascinada con lo que estaba viendo, la sorpresa se dibujaba en su carita de luna llena, el hombre siguió su labor, de la jardinera saco piedras naturales y le puso ojos a esas bolitas y botones, tomo un diente de león y le puso nariz, le dibujo una sonrisa con petarlos de malvón, con un periódico le hizo un gracioso sombrerito y como ultimo toque, tomo el listo que la pequeña niña que usaba como diadema y le puso una graciosa corbata, Aurora estaba feliz de ver que de esas manos podían salir cosas maravillosas, mágicas…
A sus dos años, en su pequeño mundo el propietario de esas manos la hacia feliz, sentía profundo amor por él, su papá, la única persona que a una tormenta la podía convertir en un muñeco de nieve.
En Memoria de Mariano
Autor: La señora luna

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